Fue caminando por la casa, siempre según le habían indicado,
ya estaba dentro de ella, eso era un logro. Todo era descaradamente blanco,
paredes, piso, techo, los marcos de las ventanas y puertas, cortinas, todo lo que formara
parte de aquella infraestructura era de color blanco y no había nada más, no
habían otras personas ni mobiliarios, nada se interponía a su pasó, como si la
ausencia ahí reinante la invitara a avanzar.
Había grandes salones, escaleras e interminables pasillos,
incontables puertas e infinidad de opciones y a pesar de no saber a ciencia
cierta cuál era el camino, estaba siguiendo su intuición, como le habían
recomendado hacerlo.
Todo se veía tan impoluto y puro que ella se sentía
triunfante y esa momentánea sensación de euforia fue disminuyendo conforme iba
ganando un largo pasillo cuyo blanco absoluto iba diluyéndose en un suave y
finalmente profundo azul, cuando quiso mirar atrás, ya todo era azul, y cada
nueva puerta que habría no hacía más que conducirla a otro certero camino azul
y ella se sentía inundada por un mar de sensaciones, que pasaban de la paz, a
la ira, de la alegría, a la tristeza y reía y gritaba como loca y luego cantaba
y susurraba hasta que la quietud volvió con la premisa de que nunca se había
ido, todo seguía azul, aunque eso no significara más que eso.
Su mano una vez más estaba girando otro picaporte, y a
medida que la puerta se habría, como dando una reseña clara de su interior, una
oscuridad rotunda se filtraba y pintaba de sombras su rostro. Y adentro, no era más que la ausencia total
de luz y de colores y aun así debía entrar.
En medio de las penumbras empezó a dibujarse una figura, era
tan fugas y estaba tan inmersa en la nada que podría ignorarse si no fuera
porque era lo único que luchaba contra toda esa oscuridad. Era imposible conocer las dimensiones de la
habitación y cuando ella grito, el sonido no tuvo retorno. Camino en dirección a
la forma que danzaba torpemente en la nada, como las partículas de polvo lo
hacen en los hilos de sol que se filtran por la ventana, cada mañana. Contrario a lo que esperaba la imagen difusa
no se disfrazó de su cuerpo, si no que adquirió un cuerpo propio, y que se
encontró con un rostro conocido frente a sus ojos.
Y tras el sujeto que acababa de traspasar toda la oscuridad
se bosquejaba, cual si fuera su sombra, todo un escenario, confuso al
principio, pero muy claro después.
El escenario era un consultorio médico, casi todo volvió a
ser blanco, con la diferencia de que ésta vez era un blanco que exudaba un frío
sepulcral. Y aún su piel se helaba más porque sentía que había estado en ese
lugar de una manera tal que su miedo estaba plasmado en el reflejo de la
ventana, como si se tratase de un espejo que intenta devolverle su propia
imagen.
En cuanto al hombre, el cual estaba viendo desde una
perspectiva extraña, casi como si se encontrará encima de ella, estaba vestido
de blanco, como era de esperarse, vestido de médico, ella se sentía presa del
pánico, toda su piel lloraba de miedo y el producto de ese llanto ardiente
inundaba sus ojos y su boca y sabía salado, entonces se percató de que estaba
en una camilla, aunque era bastante confuso, todo giraba en su mente y ahora le
resultaba difícil fijar los ojos en un punto, el hombre que se inclinaba sobre
ella hedía a muerte, su cuerpo se veía gigantesco , su cuello corto, cabeza
desproporcionada, manos hinchadas, todo su ser era un compendio de lo grotesco.
En una de sus horribles manos llevaba un
aparato punzante, como una guadaña en miniatura y la dirigía a su boca, cuando
ella, quien no podía gritar porque tenía la garganta como entumecida, empezó a
dar patadas en el aire, trató de incorporarse, cuando al fin descubrió que no
estaba en una camilla, sino en una silla, casi totalmente recostada y el hombre
que intentaba introducir el objeto punzante la sujetaba con fuerza con la otra
mano, entonces el dolor desgarrador llegó y la sangre empezó a brotar
ultrajando la pureza de las paredes blancas, al igual que una mano mensajera de
la muerte portando una guadaña ahora viajaba a la profundidad de su garganta, a
través del dolor y la vehemencia ella logró incorporarse, las lágrimas no le
permitían ver y solo atinó a sujetar algo que parecía un bisturí, el hombre
quien parecía conforme con su faena solo se limitó a sonreír , aquel hombre que
al principio se veía enorme, ahora era solo un débil adefesio a quien ella le
clavó el bisturí en la yugular. Sus ojos no podían desbordarse más y ahora
tampoco podía emitir ningún sonido, fue ella quien sonrió ésta vez y le extrajo
el bisturí solo para volvérselo a clavar una y otra vez, hasta que el cuerpo
fuera solo una puñalada que alguna vez contuvo un alma en lugar de un hombre
muerto.
Ella despertó asustada, porque aún estaba sentada en algo
que parecía un consultorio médico, pero con una decoración diferente, paredes
color ocre, alfombra beige y una serie de cuadros y diplomas colgados por
doquier. Elevó la vista, la miraba con absoluta calma una mujer de unos 45
años, con gafas y chaqueta, y tomaba notas en una pequeña agenda, todo era tan
cliché y tan evidente que, recordando todo al instante, ella se apresuró a
decir – Doctora, ahora todo es claro, tengo pánico a… por un episodio con un
dentista… pero…exactamente no sé lo que pasó, yo no maté a nadie…. – volvió a
sentirse mareada y claridad volvió a llenarse de sombras cuando la doctora le
explicó:
“Cuando usted tenía solo 11 años fue víctima de un ataque
sexual. Su agresor fue su dentista. Él la anestesió y todo ocurrió mientras usted
estaba dormida…”
“En su mente usted asesinó ese recuerdo, pero el daño moral,
físico y psíquico siempre estuvieron presentes” La doctora sonrió con
complacencia “Ya tenemos el origen de todos su males…”
Pero ella no sintió complacencia, de hecho no sentía nada,
como aquel que tiene un propósito que va más allá de sus deseos.
Asintió, intercambio un par de palabras formales con la
doctora y se fue.
Esa misma tarde, se encontraba abriendo una puerta que la
conducía a una sala de espera, al llegar
la secretaría le anuncia que ya la está esperando.
Ella entra al consultorio del dentista, se acomoda en la
silla y siente la monotonía de haber repetido ese ritual demasiadas veces. El
hombre la saluda cordialmente y ella le devuelve el saludo, pero antes de que
el hombre inicie el procedimiento ella lo interrumpe y le dice – Se da cuenta
Doctor? Me atiende desde los 11 años, llevamos más de 15 años de tratarnos- el
hombre se limitó a asentir, ella vio su sonrisa reflejada en el brillante
bisturí que tenía en su mano izquierda.
Ahora que ella sabía el origen de todos sus males, ahora que
ella entendía que no bastaba solo con asesinar el recuerdo, ahora que jamás
sabría cuantas veces las paredes blancas se mancharon de rojo, solo tenía una
certeza, ésta vez, la sangre no era de ella.
Si te introducen al intricado laberinto de tu mente, en
busca de tus más oscuros pensamientos, que el exterior se prepare para ver
emerger con la misma forma tus más perversos deseos.
Nota del Autor: Esta historia está basada en un suceso real.